miércoles, 25 de noviembre de 2020

La maldicion



        Demasiado tiempo para permanecer fuera de la mar. Aproximadamente hará ya cuatro años que el Alma de Viento, cual «Holandés Errante», se elevó sobre las aguas para en vez de cumplir la condenación de navegar virando por avante durante toda la eternidad fuese otra muy dispar, permanecer en la quietud, inmóvil en un inhóspito descampado en la atractiva desembocadura del río Nalón hasta la fecha actual.

 

        En el verano del 2016 pusimos rumbo a San Esteban de Pravia tras atravesar el golfo de Vizcaya con una vía de agua, procedentes del «Canal du Midi» por el que cruzamos Francia, desde Sete y habiendo soltado amarras en el puerto de Valencia. En la Gironde después de un par de duros días de trabajo en el arbolado del barco tuvimos una colisión con un faro que no velaba (no sobresalía de la superficie).

 

        Nuestra intención era pasar la noche a resguardo en el Puerto de Mortagne pues no disponíamos de cartas, tan solo un antiguo derrotero a pesar de los muchos esfuerzos por conseguir cartas y publicaciones náuticas por la zona. El canal de Mortagne queda sin calado en marea baja y nuestro derrotero no hacia mención alguna sobre este echo y cuando estábamos aproximándonos a las aguas de este canal tuvimos que dar maquina atrás como maniobra de emergencia para no quedar encallados en la orilla, entonces atravesados a la corriente y sin arrancada, esta nos llevó rápidamente contra el faro hundido.

 




Lo golpeamos con el costado de estribor a la altura de la quilla. Decidimos dar fondo y pasar la noche vigilando atentamente tanto el fondeo con gran corriente de la vaciante como la vía de agua ocasionada, para añadir a mi desasosiego eran unas aguas y costa desconocidas para nosotr@s. Con la luz de ese nuevo día que esta vez tanto deseaba y la marea entrante, levamos ancla y amarramos en una rampa de varada antes de los compuertas que evitaban el vaciado del puerto y esperamos que la marea vaciante nos mostrase los daños sufridos en el casco y descubriendo que el forro también había sufrido daños por el Teredo Navalis.


 





 

        Con una reparación de fortuna, nos hicimos a la mar con la ilusión de volver al Atlántico y la alegría de volver a desplegar velas.


        Desde entonces, han sido muchos días en los que el casco a sufrido al sol y la cubierta con la lluvia, también han sido muchas noches de pesadillas de naufragio y de sueño cercenado.


 

        Y ahora toca dar fin a la maldición del Alma de Viento....